En este pequeño, gran canto a una tierra olvidada en el recuerdo, y reconstruida para la ocasión, hay mucha tierra, tierra que se te mete en la garganta y te oprime la laringe, mientras buscas pistas de un asunto que solo te puede aclarar la lluvia. Su árida memoria, nos lleva hasta Almazara, y no nos decepciona con absurdos recuerdos de inocencias perdidas, ni amores epistolares, sino que nos obliga a conectar con los olores, fluidos y sabores amargos de una literatura tan hiperrealista que termina pareciendo onírica.